miércoles, 9 de febrero de 2011

El Bosquijo

Hace cosa de un mes, tomando un café con un amigo, salieron dos temas de conversación a priori sin ninguna relación:

- ¿Tienen los ilustradores un talento innato o se debe todo a la práctica? A día de hoy aún tenemos opiniones totalmente opuestas, qué se le va a hacer.

y...

- ¿Por qué merecen los mosquitos desaparecer de la faz de la Tierra?

El funcionamiento del cerebro humano es algo que no deja de sorprenderme, aún más cuando hacemos conexiones entre ideas aparentemente tan distintas, de ello surge la inspiración para un dibujo y, además, el dibujo viene acompañado de una historia propia.

He de avisaros que, aunque considero que escribo con relativa corrección, no creo que consiguiera vender ningún libro si algún día me propusiera escribir uno. Es decir, que mi talento literario es nulo, para qué andarnos con rodeos. Así que no os esperéis el cuento del siglo. Ah, y el dibujo está al final de todo, por si queréis saltaros el rollo.

Allá va:


El bosquijo


En agosto de 2006 los profesores Darla Barrie y Charles Benson, un matrimonio de botánicos norteamericanos, viajaron a Somerset, en el suroeste de Inglaterra, para pasar sus vacaciones. Querían visitar algún lugar extranjero, lejos de sus preocupaciones y la rutina cotidiana. Ella tenía en mente todas las plantas nuevas y extrañas que iba a encontrar. Charles también amaba las plantas, por supuesto, pero tenía más ganas de ver (y fotografiar) los círculos de las cosechas, debido a su afición por los OVNIs.

Pasaron la primera semana rodeados de ovejas y vacas, y recogiendo muestras y haciendo fotos de los gigantescos dibujos que vieron en el suelo. Por la noche contemplaban las luciérnagas bailar como estrellas nerviosas, a veces en grupos o parejas, pero todas al compás. Darla se despertaba por la mañana con algunas picaduras pequeñas de insectos en sus piernas y brazos, pero siempre con ganas de dibujar en su cuaderno algunas de las plantas que recogían. A veces su marido se le unía, dibujando todo aquello que le venía a la mente: animales, elfos, plantas, e incluso alienígenas recorriendo los cultivos, dibujando círculos gigantescos en ellos.

Una noche Darla no podía dormir y se sentó fuera del bungalow durante un rato, dibujando bajo la luz de la luna y rodeada de algunas luciérnagas, cuando de repente sintió un pequeño pinchazo en un brazo. De inmediato se dio una palmada y vio que se trataba de un insecto, como había sospechado, aunque no había visto nunca nada parecido: era como un mosquito, pero con rayas amarillas y negras, y un abdomen rosado. Pero lo que más le sorprendió fueron sus antenas: largas, delgadas y con los extremos redondeados. Uno de estos bulbos estaba hinchado y emitía un resplandor verdoso. El otro había reventado con el golpe y rezumaba una especie de líquido fosforescente; era este líquido lo que hacía que las antenas brillaran en la oscuridad. Sin embargo, lo más extraño era que no había sangre en la mano o en la picadura, sino ese mismo fluido, que brilló durante unos segundos.

Ella se sintió fascinada por este insecto y lo continuó observando durante un rato, hasta que levantó la vista y vio a las luciérnagas, revoloteando alrededor de una bombilla, y se dio cuenta de que no eran luciérnagas, sino el mismo tipo de insecto que ahora yacía muerto en su mano. Finalmente, decidió meterlo en una caja, y se quedó el resto de la noche dibujándolo.

Por la mañana Charles salió a despertarla y se la encontró recubierta de pequeñas picaduras y con un lápiz en la mano derecha. Durante el desayuno ella le contó su descubrimiento y le mostró el insecto muerto, y le preguntó si había visto a alguno de éstos antes (también era la primera vez que él oía hablar de ellos) y no fueron capaces de identificarlo.

Pasaron el resto de sus vacaciones observando a estos insectos, tomando fotografías y dibujándolo, a veces sin darse cuenta de sus frecuentes picaduras. El entusiasmo era, al principio, perfectamente normal: acababan de descubrir una nueva especie y sentían el impulso de documentarlo. Lo que les pareció extraño fue el hecho de que Charles había tomado algunas fotos de estos bichos, pero sin embargo había hecho cientos de bocetos, y no sólo de ellos, sino de todo lo que vino a la mente, cuando él nunca había mostrado ningún interés por el dibujo. En cuanto a Darla, y aunque era una ilustradora aficionada (solía dibujar un rato cada día), se pasó los días bosquejando.

A veces incluso tuvieron que acercarse a la ciudad más cercana para comprar más material de dibujo, y veían como allí todo el mundo era, cada uno a su manera, un artista: los niños en los parques, dibujando en el suelo con un palo; los ancianos, bosquejando con carboncillo o pintando hermosos paisajes,... Darla y Charles preguntaron a algunos de ellos acerca de su afición y les respondieron que era todo gracias al “bicho musa”, que así era como llamaban al pequeño insecto. Les gustaba el dibujo, pero ello era debido al líquido que el insecto les inyectaba con cada picadura. Aún así, nadie conocía el origen de tan curioso animal. Algunas personas creían que eran hadas, algunos estaban convencidos de que se trataba del resultado de un extraño experimento gubernamental,... Pero todos estaban de acuerdo en una cosa: sus vidas habían mejorado considerablemente desde su descubrimiento.

Hoy en día todo el mundo conoce a esta peculiar criatura, y en cada país se le ha dado un nombre diferente (gnatch, gnaft, bosquijo, moustroquis,...), pero porqué o cómo produce este fluido inspirador es todavía un misterio. Los científicos han descubierto recientemente que incluso los animales se ven afectados de alguna manera por la picadura del insecto musa. Pero, a diferencia de los seres humanos, no dibujan en papel, sino que empiezan a caminar, a veces en grupo, creando círculos y otras figuras geométricas en la hierba o en los cultivos. Al parecer, el insecto musa tiene que picar a la gente una vez al mes, cuando los bulbos de sus antenas están llenos, de lo contrario, éstos estallarían, provocándole la muerte. Aún así, una cosa sí es segura: nos afecta a todos por igual y es inofensivo, por lo que todo el mundo ama a los insectos musa.



2 comentarios:

Eva Sanz dijo...

Aaah! Ya he ehecho mi bosquijo, pero no se parece al tuyo... el mío es como una abeja sonriente, en cuanto lo acabe te lo envío!

El tuyo mola un montón, ojalá me rondara un bicho musa de de estos...

Edgar Torné dijo...

Ya me enseñarás, ya. No sé porqué, pero ya me imaginaba que harías al insecto sonriendo... :D